27 de noviembre de 2013

Miércoles Mudo: MARIQUITAS


Comenzamos con el MM, nueva sección en A las madrigueras! Hoy, tapones de distintos tamaños, unos puntos y.... ¡a contar!

Feliz miércoles.



1 de julio de 2013

Los hospitales y las risas.

     Hace algo más de un año tuvimos un susto. Un susto grande, horrible... un accidente doméstico de los "tontos" que acabó con uno de mis hijos en el hospital ingresado casi un mes. Bueno, un mes estuvo en La Paz, en Madrid, pero pasamos por un centro de atención primaria y tres hospitales diferentes antes de llegar allí, al ala infantil de quemados. Lo que pasamos esos días, esas semanas superaría la capacidad de este blog: el miedo, la culpa, los reproches, el cansancio, la falta de tiempo para el resto de la familia pesaban como una losa, pero sobre todo pesaba el no poder hacer nada por el dolor y el aburrimiento que mi pequeño sentía. No faltaron ni amigos ni familia que estuvieran allí sosteniéndonos pero había una cosa a la que nos costaba hacer frente: el estar limitado a una habitación demasiado calurosa, "atado" a la vía y al suero a un pequeño tan activo y enérgico como mi hijo era lo más dificil... los dolores de las quemaduras eran terribles y su único consuelo, el pecho de mamá. Sí, todo el mundo jugaba con él, pero hubo un momento en el que no había cuentos, ni coches, ni pelotas ni pinturas suficientes para disipar las molestias y el hartazgo... hasta que...

Foto extraída de la página web de Pallapupas



... apareció ELLA. Con su nariz roja, sus pantalones de colores llenos de silbatos y globos, sus matasuegras y su bata de enfermera tuneada... sus risas, sus chistes y sus mangas llenas de magia arrastraban más ternura de la que nunca pudimos llevar a esa habitación. No sé cuanto tiempo estuvo, ni cómo lo hizo para irse sin provocar un drama... sólo sé  que esa tarde fue mucho más fácil conciliar el sueño y que las siguientes también se hicieron más llevaderas esperando que pudiera volver. 

     Ojalá este trabajo estuviera siempre reconocido y pagado. Ojalá su implantación fuera obligatoria en todas las plantas de hospital. Ojalá no dependiera de la buena voluntad del que decide emplear su tiempo en hacer felices a los que más dificil lo tienen. 

     En ese mismo momento, viendo la sonrisa de mi hijo tocando la nariz roja, supe que en algún momento tendría que hacer algo por devolver el bálsamo de ese día. Tengo claro que algún día yo también volveré a entrar en un hospital, no de cuidadora, ni de visitante, sino vestida de alegría e ilusión. Ni hoy, ni mañana, mis hijos todavía son muy pequeños, me necesitan mucho, todavía hay muchas heridas que cerrar. Pero se pueden hacer muchas cosas: difundir información, donativos... y mi pequeña contribución de hoy a unos payasos muy especiales por su formación y  por su concepción de un Trabajo Digno: los Pallapupas.

     Os deseo mucha suerte en vuestra labor, que cada día lleguéis a más hospitales y familias que os necesitan y, eso sí, espero no volver a veros -dentro- nunca.

ALGÚN DÍA, de Alison McGhee.

     Supongo que la mayoría de las mujeres encuentran que uno de los "puntos negros" de la maternidad es la falta de tiempo. Yo, en concreto, echo de menos no sólo tiempo para leer, sino también tiempo tranquilo para trastear librerias, buscar, pararme a leer, comparar... pasar el tiempo rodeada de libros, buscando el perfecto para ese momento, o para esa persona es ya un lujo que no puedo hacer tanto como quisiera. Está la opción de internet, claro, pero no es igual, o al menos NO SIEMPRE es igual. He tenido la suerte de conocer a través de la blogosfera maternal a Lidia Ginés, la persona que está detrás de Mundo Tueris, una librería especializada en maternidad y crianza con apego. Tengo la seguridad de que, al margen de que lo que pueda encontrar me guste más o menos, siempre estará enfocado hacia la crianza respetuosa: no tendré que pasar por la duda de si el libro que tanto promete con el título será un chasco después. Y claro, siempre cae algo para ellos, porque Mundo Tueris también tiene bellísimos álbumes ilustrados y cuentos para los más peques, como el que os traigo hoy: 
"Algún día" es un albúm  ilustrado de Alison McGhee ("Julia Gillian" o "Haciendo amigos"). No es muy reciente, pero es tan maravilloso y se disfruta tanto por temporadas que no puedo dejar de comentároslo hoy y sugerirlo como lectura de vacaciones. Narrado por una mamá "Un día conté tus dedos y los besé todos uno a uno" a su hija a través de las distintas etapas vitales, incluída la ausencia y el recuerdo; conozco pocos adultos capaz de leerlo a los pequeños sin sentir un nudo en la garganta. Sin embargo, no es un libro triste, sino deliciosamente real y sensato que invita a disfrutar el momento, todos los momentos.

Os invito a pasaros por Mundo Tueris y a revisar la oferta. En las madrigueras vamos a empezar a leer y, sobre todo, a comentar mucho en breve, así que echad un vistazo y cualquier obra que queráis que trabajemos, hacedmelo saber.

Noches de pesadilla (29 de junio: Día mundial del Sueño Feliz)

   En alguna ocasión, hablando del tema del sueño infantil, alguien ha defendido la necesidad de emplear métodos del adiestramiento del sueño con un argumento similar al siguiente:

      "Es que los adultos necesitamos descansar ¿tú te dejarías operar por un cirujano que no hubiera dormido bien por la noche?"

     Pues evidentemente no, no me gustaría que me operara, ni a mi ni a nadie, una persona que no estuviera al cien por cien de sus capacidades, pero es algo que depende tanto de confiar en el otro que salvo casos extremos, creo que tenemos poco poder de decisión... prefiero una cirujana al cien por cien, un piloto que no hubiera bebido, una mecánica que no dejara pasar ningún detalle, o un dependiente de buen humor. Lo que busco es gente responsable y que haga bien su trabajo. 

     Ahora, saber que se está en condiciones de hacer bien lo que se tiene entre manos es una responsabilidad personal muy grande, que no todos los adultos están en condiciones de asumir. Queremos llegar a todo, hacer todo, rendir en el trabajo, lucir divinos y además estar en buenas condiciones. Y TODO es muy dificil, sobre todo cuando se tienen niños pequeños. 


     Curiosamente, la mayoría de la gente piensa muy muy bien en qué momento van a hacer las cosas importantes de esta vida: aplazan irse a vivir con su pareja mientras estudian un máster, se compran casa cuando las condiciones son mejores, esperan a acabar la carrera para casarse... menos tener un hijo: los hijos se tienen cuando "toca",porque nos lo dicen los mayores, los tienen todos los amigos o símplemente porque sí. Y poca gente parece apreciar que tener un hijo es el trabajo más importante, sacrificado y demandandante del mundo. Curiosamente, cuando se trata de establecer prioridades , pocas veces sale ganando el niño. Y eso pasa con el tema del sueño. Es habitual que se justifique casi cualquier tipo de método (no sólo de adiestramiento, también podemos incluír aquí las diversas medicaciones que se utilizan injustificadamente) porque "es insoportable", porque "tienes que vivir", porque "te tienes que levantar al día siguiente" o porque "no puedo estar sólo para él". Así que lo que hacemos es trasladar la incapacidad adulta para resolver situaciones complicadas (laborales, familiares...), que se han elegido (presuntamente como adultos) a las necesidades vitales de un niño pequeño, que lo único que pide es aquello que necesita. Nada más, pero tampoco nada menos. Eso dice mucho de la salud mental de la población general, y de cómo va el mundo. Se le llama maltrato, y abuso de los más débiles. 

     Y retomo el principio de la columna: claro que no deseo que nadie me haga daño por no estar en buenas condiciones físicas o psíquicas. Y como yo trabajo en el tema de la prevención en la infancia, lo que voy a defender es que tampoco hagan daño a niños que no pueden defenderse, daños que son el resultado de no escuchar el instinto, de hacer caso de lo que se dice "porque sí". Daños como los siguientes son por los qué rechazo estos métodos:



  • Porque el vínculo afectivo no se establece como debería: el niño no puede entender porqué durante el día (por ejemplo) le atienden y por la noche no. No es capaz de asumir el "mamá tiene que dormir para estar descansada e ir a trabajar" o "es importante tener tiempo tranquilos como pareja". El niño desconfía, su apego tiende a desestabilizarse y ello puede generar problemas a largo plazo (Stevenson-Hinde y Shouldice, 1995;  Griffin y Bartholomew, 2005; Schaffer y Emerson, 1964) o a corto plazo, que frecuentemente se atribuyen a otras causas (casi siempre, otra vez, responsabilidad del niño). 
  • Porque el llanto tiene efectos perjudiciales en el cerebro y en el desarrollo del bebé, dañando el hipocampo y con ello la memoria (Lloy de Mause) o el sistema emocional (Joseph Le Doux).
  • Porque el llanto tiene un propósito: nada es porque sí, y responde a la selección natural. Los niños mueren si no se atiende su llanto, si hemos llegado hasta hoy ha sido porque hemos llorado y nos han atendido.
  • Y finalmente, porque el sueño infantil necesariamente es así: interrumpido por necesidades vitales. Y porque el niño necesita dormir acompañado para regular un cuerpecito que todavía no funciona bien. 
 Adulto: no te rebeles contra lo que es humano. Busca ayuda, simplifica tu vida, busca alternativas... pero no dañes a un niño.         

Más información en Dormir sin llorar, en la blogosfera maternal o en Twitter #ADormirFelices

26 de junio de 2013

Condicionando el futuro

      Hace unos días presencié una conversación entre una madre y su hija, después de una discusión, en la que ella (la madre) le decía: 
-          “si ya sabes que yo te quiero mucho, pero cuando te portas bien…”
Así, leído en frío, lo vemos como una barbaridad, pero ¿de verdad a estas alturas nos pueden sorprender estos comentarios? Posiblemente sea el modelo materno-filial más habitual; desde luego es el modelo conductista que Supernanny, Estivill y compañía proponen en sus “métodos” y que luego miles de familias reproducen con más o menos éxito. Es bastante probable incluso que muchos padres y madres de familia lo hayan escuchado de sus propios progenitores y, lo que es peor, que lo lo hayan creído. 
Yo personalmente prefiero al Doctor Jekyll dicendo eso tan archiconocido de “Quiéreme cuando menos lo merezca, que será cuando más lo necesite” (R. L. Stevenson). Y es que si negamos la posibilidad de errar, de enfadarnos, de sentirnos humanos, estamos negando la posibilidad de decidir, y con ello, de crecer. Pero los adultos lo hacemos con bastante frecuencia: 
-          ¿No me das un besito? ¡ay! Qué triste me pongo, voy a llorar!
-          He estado cocinando toda la tarde, y tu ahora no comes nada…
-          Me encanta cuando me ayudas y recoges todos tus juguetes. 
El problema es que nos han hecho creer que todo en esta vida funciona a base de condicionamiento operante, de estímulo y refuerzo, y que además, lo podemos controlar, y que podemos modelar la conducta de los niños a base de castigos y refuerzos. Incluso hay gente que dice: “no, castigar no, pero hacer refuerzos positivos sí, claro”. Bueno, pues depende. Es muy simplista pensar que podemos modificar el comportamiento humano con la misma facilidad que el de una paloma en ambientes no controlados, como los de un laboratorio, pero esa es sólo una de las grandes críticas que se puede hacer al conductismo aplicado a los niños (el “conductismo fashion” que dice Rosa Jové):
Una crítica es que cuando sucede “algo” en lo que nosotros (los adultos) nos fijamos, también ocurren muchas otras cosas alrededor, antes, durante y después, que nos pueden  pasar desapercibidas pero que están ahí y que también influyen. Cuando estudié la carrera hice cientos de horas de observación (a bonobos, a niños, a adultos…) y era muy interesante comprobar que realmente era dificil que varias personas estuvieran absolutamente de acuerdo en lo que había sucedido,en lo de antes y lo de después. Esto, en entornos muy controlados ¿cómo exportarlo a lo que ocurre en una casa? Y el problema de esto es que el condicionamiento depende de unas variables muy precisas, que si fallamos en ella, falla el refuerzo de aquello que esperamos conseguir. Esto le pasó, INSISTO, en condiciones  muy estrictas de laboratorio, a Skinner y a alguna de sus palomas. 
Por otro lado, es terrible que queriendo reforzar conductas positivas silenciemos los fallos, los errores o actitudes que A LOS ADULTOS no nos gustan. Y es que si no acompañamos a los pequeños en la búsqueda de sus propias respuestas, en el afrontamiento de las consecuencias reales de sus actos ¿en qué estamos educando? En la competencia salvaje, en la individualidad y en el menosprecio a los sentimientos… estos, casualmente (o no) son algunos de los motivos que nos hacen estar encallados en la situación social en la que estamos. 
 
Del blog "Esas pequeñas cosas"
Y lo que realmente resulta peligroso de condicionar es que los aprendizajes no son elaborados, elegidos; se graban a fuego en la mente, sin análisis, sin valoración. No es una educación crítica y preparada para mejorar. Curiosamente, esto también lo explica muy bien un experimento de los primeros conductistas: en una jaula con el suelo electrificado metían a varios monos. Del techo pendían unos plátanos que en realidad eran unos sensores: cuando un mono cogía un plátano, los que estaban en el suelo recibían una descarga eléctrica. Los monos aprendieron pronto y molían a palos a aquel compañero que intentara comer. Cuando la conducta estuvo bien asentada, introdujeron otro mono que por supuesto, recibió la consabida paliza cuando intentó coger los plátanos. Poco a poco fueron reemplazando todos los monos del principio por monos nuevos que también intentaban comer plátanos antes de ser “persuadidos”, incluso por aquellos simios que no habían recibido descarga eléctrica ninguna. Al acabar el experimento, ningún mono había sido condicionado mediante descargas, pero no dudaban en atacar a aquel ignorante que tuviese pensado subir. 
Aquí  podéis ver una réplica del experimento de los monos y los plátanos, son apenas dos minutos y está subtitulado. 

¿Así queremos educar? ¿En el miedo, en la irreflexión? Pensemos en que lo que aprenden en los primeros años durará para toda la vida. ¿De verdad que lo que les queremos entregar para que salgan al mundo es una mochila llena de supersiticiones

Articulo original en Educarpetas

20 de junio de 2013

Shhhhhhhhhhh....

     Ya Freud hizo notorio hace mucho tiempo de la importancia que los silencios, entendidos como la ausencia de palabras durante una conversación, tenían durante las sesiones de terapia. En la actualidad, cualquier terapeuta presta tanta atención a las palabras dichas como a las que se tapan: los silencios y las omisiones, mediados por el lenguaje no verbal, ofrecen muchos matices a los que no podríamos acceder sólo con el lenguaje oral. 
 
  En la vida cotidiana lo que  no decimos tiene la misma importancia, sólo que es raro tenerlo en cuenta. Hay momentos muy claros: ¿quién no se ha enfrentado al mutismo hiriente de alguna persona cercana “a la que no le pasa nada” pero no nos habla? Sabemos que algo pasa, sabemos que probablemente quiere  contar algo que se ha quedado atascado por diversos motivos, pero cuesta mucho tener acceso a ello. Es un mecanismo tan sutil, tan inaccesible que muchas discusiones comienzan por el famoso: “estás muy callada/o ¿te pasa algo?
  Si esto supone un problema, es casi más preocupante el estimar que la verdad es siempre lo que se verbaliza, y no dar importancia a las cosas que no se dicen. Sin embargo, nuestros esquemas mentales están preparados para dar crédito absoluto a los declarativos de terceros y a no ser que se haga un esfuerzo intenso explícito, lo omitido no tiene importancia. 
   Las madres, los padres,  suelen tomarse muchas molestias en conseguir establecer una buena comunicación con los hijos: les hablan, les cuentan cuentos, les preguntan qué tal en el cole, o con los abuelos, o si se lo han pasado bien en el cumpleaños… todo esto es fantástico. Incluso desde hace unos años a esta parte se está tomando conciencia de la mucha importancia que tiene la comunicación temprana y cada vez más padres se deciden a hacer cursos de comunicación en lengua de signos para poder adecuar sus respuestas a los requerimientos de los niños desde que son pequeños. Insisto, todo esto redunda en la fluidez de las relaciones siempre que no se nos olvide la importancia de lo que no se cuenta. 
    Y es que seguro que muchos han sentido cierta sensación de temor cuando, por ejemplo, un amiguito del hijo cuenta lo bien que se lo han pasado en una fiesta especial en el cole en la que hicieron algo distinto, por ejemplo. Y las dudas asaltan ¿por qué no me ha contado nada?¿habrá pasado algo? ¿qué le preocupa, por qué no confía en mi?
    Es una sensación displacentera, pero si somos capaces de darnos cuenta de que las cosas más importantes de nuestra vida tampoco nosotras solemos verbalizarlas, podremos relajarnos y apreciar los matices en las distintas situaciones.Las cosas que se nos quedan grabadas no suelen ser explícitas: son ejemplos y actitudes que van más allá de las palabras. Cómo reaccionamos, cuándo acariciamos, cómo sostenemos o simplemente cómo estamos disponibles son formas de comunicación muy potentes a las que normalmente no prestamos atención. 
 
Cuando creías que no te veía… te vi poner mi primer dibujo en la puerta de la nevera y corrí a hacer otro.
Cuando creías que no te veía… te vi poner alimento en el platito del gato y aprendí que es bueno cuidar de los animales.
Cuando creías que no te veía… vi lágrimas salir de tus ojos y aprendí que algunas veces las cosas duelen, pero está bien llorar.
Cuando creías que no te veía… te vi hacer mi postre favorito y aprendí que las cosas pequeñas son las que hacen la vida especial.
Cuando creías que no te veía… te sentí darme un beso de buenas noches y me sentí amado y protegido.
Cuando creías que no te veía… Te vi dar tu tiempo y dinero para ayudar a gente que no tenía nada y aprendí que los que tienen deben ayudar a los que no tienen.
Cuando creías que no te veía… te vi cuidar de la casa y de nosotros y aprendí que debemos cuidar de lo que nos ha sido dado.
Cuando creías  que no te veía, te escuche decir una oración, y sentí que existe un Dios al que siempre le podré hablar.
“Gracias: mamá, papá, hermano, hermana, amigos, abuelos,  etc…
por todas las cosas que aprendí cuando creías que no te veía”

Autor Desconocido
  María Montessori también reconoció la importancia del silencio; junto con la concentración y el orden los considera básicos para lograr la autodisciplina y el autocontrol necesarios para llegar a ser adultos pacíficos y completos.


Hagamos en silencio, transmitamos amor en silencio y atrevámonos a intuir en silencio… ¿notamos algún cambio?

Artículo original en Educarpetas

22 de mayo de 2012

Revisando el nivel de exigencia.


Frecuentemente los adultos pierden buena parte de la capacidad de ponerse en lugar de otros y de aceptar distintas opciones como válidas; esto se llama empatía y pese a estar presente en el desarrollo de planes de estudio y de programas de desarrollo emocional como parte imprescindible para un correcto crecimiento personal en los niños muchas veces desaparece en la adultez, o si aparece es de forma muy tangencial. La mayoría de los adultos se perciben a sí mismos como personas más o menos empáticas y sensibles con las necesidades de los otros, pero aparecen muchas dificultades cuando se alejan del modelo adulto-céntrico predominante. Casi todas las personas son capaces de entender a otro cuando está enfermo, cuando ha perdido un trabajo o cuando se enfrenta a adversidades, y sin embargo presentan resistencias enormes cuando las necesidades surgen en el mundo infantil, mucho más emocional y sensible que el adulto. De esta situación aparecen multitud de confrontaciones entre grandes y pequeños, y se enquistan las posibilidades para solucionarlas. Muchas veces el adulto confunde el “ajuste al mundo infantil” con “ser muy directivo”, “marcar límites claros” o, simplemente “obedecer”. Es decir, que se le permiten muchas cosas a un niño o una niña mientras su comportamiento no choque de lleno con el punto de vista adulto. Obviamente esto es necesario en ocasiones en las que la seguridad de un niño está en peligro, pero demasiado frecuentemente es simplemente el hecho de hacer cosas distintas “a lo que un niño tiene que hacer”. Esto se manifiesta en comportamientos, actitudes o peticiones hacia el comportamiento que se realizan de forma injusta y/o arbitraria. Y es que muchos adultos exigen a los niños mucho más de lo que se exigen a ellos mismos o de lo que tolerarían a otros. ¿Ponemos algún ejemplo?

  • Roberto está de paseo con su mamá y ésta se encuentra a una amiga a la que hace tiempo que no ve. Empiezan a hablar y Roberto se queja: se aburre y quiere irse. La respuesta de la madre es: “un momento, ahora voy”. “Ahora mismo nos vamos”. Tras un rato de aburrimiento, Roberto encuentra diversión con unas piedrecillas. De repente, su madre se da cuenta de lo tarde que se le ha hecho, se despide y exige: “Roberto, vámonos que es tarde”. –“Ahora voy, mamá”. –“¿Ahora? ¡NO! ¡Ya! Y deprisa, que llegamos tarde”. ¿Está la adulta dando un ejemplo de comportamiento? ¿Será capaz de darse cuenta que no está empatizando con el pequeño?
  • A Margarita le compran una bolsa de chuches y le dicen que sólo puede comer una al día. En un descuido de sus padres, agarra la bolsa y se da un atracón. Cuando su padre lo descubre y la regaña por haber desobedecido. Está muy decepcionado por no poder confiar en la palabra de la niña, que tiene que aprender a controlarse. Como castigo, esa noche no le lee un cuento en la cama, porque está muy enfadado. Se enciende su cigarrillo electrónico y se pega su parche para dejar de fumar y se afirma en su creencia que la niña “tiene que aprender”.
  • Luis no ha terminado un trabajo del cole. Su madre no puede ayudarle pues tiene que hacer la declaración de la renta, pues acaba el plazo al día siguiente y no “ha tenido tiempo” de hacerla. Luis recibe una bronca por no organizarse como debe.
En la vida cotidiana tenemos miles de ejemplos similares. Si los adultos fueran capaces de exigirse a sí mismos lo mismo que exigen a los niños, en el mundo no habría miles de métodos de adelgazamiento fallidos, no se organizarían seminarios de profesionales para organización del tiempo, ni la teletienda inundaría las pantallas con miles de artículos tan inservibles como codiciados. Si los niños encontrasen coherencia entre las actitudes de los adultos y las peticiones hacia ellos, las relaciones serían más fluidas y sanas.

Y tú ¿le exiges a tu hijo lo que eres capaz de pedirte a ti mismo?